Aquellos que busquen consuelo, no lo hallarán. Los que busquen la verdad, quizás encuentren consuelo…
Según Kant, la fe es un asentimiento subjetivamente suficiente, pero con conciencia de ser objetivamente insuficiente. El saber, en cambio, es un asentimiento subjetivo y objetivamente suficiente; y la opinión, por su parte, es asentir algo por fundamentos objetivos, aunque con conciencia de ser insuficientes.
Escindiendo del párrafo anterior lo relativo a la fe, con otras palabras: la fe es un asentimiento subjetivo que carece de rigurosos procesos lógicos/replicables/demostrativos de la razón y la experimentación.
Hasta el día de hoy (menos aún en el siglo XIX cuando Nietzsche desarrolló su obra), no ha podido demostrarse ni la existencia ni la inexistencia de Dios.
Del lado de los intentos de demostrar su existencia, por ejemplo, Sócrates y Platón con la prueba teleológica, luego desarrollada por los estoicos: «En la naturaleza se halla todo tan armoniosamente concertado que el hecho sólo puede explicarse si se admite la existencia de un ser racional sobrenatural que ordene todos los fenómenos.«. Ese argumento fue refutado por la teoría darwiniana de la evolución que mostró las causas naturales de la armonía.
La prueba ontológica fue presentada por San Agustín, quien afirmaba que en todas las personas se da el concepto de Dios como ser perfecto. Ahora bien, el concepto no puede surgir si el ser perfecto no existe en realidad. Por consiguiente, Dios existe. La inconsistencia de la prueba ontológica (que identifica lo pensado con lo objetivamente real) resultaba tan evidente que se manifestaron contra ella no sólo los filósofos materialistas, sino, además, muchos teólogos; la rechazó, por ejemplo, Tomás de Aquino.
Y así se puede seguir con diferentes hipótesis, quizás la más elaborada sean las cinco vías de Tomás de Aquino (criticadas por Kant y Hume, entre otros). La mayoría con el vicio de partir del supuesto que Dios existe e introducir falacias o sofismas en la lógica demostrativa para llegar al objetivo esperado de antemano. Si quien argumenta incorrectamente lo hace sin intención, entonces estamos frente a una falacia. En cambio, si alguien formula un argumento consciente del engaño, entonces estamos frente a un sofisma.
En contraposición, los filósofos y teólogos intentan también demostrar la no existencia de Dios. El mismo Tomás de Aquino esbozó dos hipótesis independientes y argumentalmente coherentes acerca de la inexistencia de Dios. Sin embargo, más tarde él mismo se encargó de refutarlas.
Cambiando el enfoque, demostrar científicamente si Dios existe o no resulta imposible por la simple razón que Dios es inmaterial y la ciencia sólo trata con procesos materiales y energéticos (la energía como «alter ego» de la materia: E=m.c2). Así, la realidad de Dios cae fuera de su campo de estudio y escapa a todo tratamiento de cualquier método científico. Por ejemplo, una teoría actual de la Física, que combina la Mecánica Cuántica con la Relatividad General, describe el universo como un espacio de cuatro dimensiones1 finito, sin singularidades² ni fronteras.
Sería como la superficie de la Tierra pero con una dimensión más. La Tierra es esférica; una persona transitando su superficie podría creer que es infinita, ya que moviéndose eternamente en cualquier dirección nunca llegaría a un final. El universo tetradimensional, curvado, sería algo equivalente. Desde nuestra perspectiva tridimensional nos parecería infinito, pero eso no representaría más que una ilusión. Según esta teoría, el universo sería un espacio tetradimensional autocontenido; aunque fuésemos a cualquier parte siempre estaríamos dentro de él (de igual manera que el viajero del ejemplo nunca dejaría de estar en la Tierra).
Esa idea podría explicar muchas de las características observadas en el universo (incluso la existencia de seres humanos; según el principio antrópico, que puede sintetizarse en la forma «vemos el universo en la forma que es porque nosotros existimos; si el universo fuese diferente, no existirían estos seres inteligentes que se hacen estas preguntas»). Por lo tanto, preguntarse cómo es que existimos (o por qué no, «no existimos») no tiene sentido3. Esto tiene profundas implicaciones sobre el papel de Dios como Creador. Según dicha teoría, no hubo ningún principio, ningún momento de Creación. Sin embargo, aún en tal caso, eso no demuestra la inexistencia de Dios4.
En numerosas citas, Nietzsche enuncia que él no es un hombre de fe. En otras citas (más numerosas aún), manifiesta su creencia en la inexistencia de Dios, lo cual, según los análisis anteriores, es un acto de fe. Así, Nietzsche no puede creer en la inexistencia de Dios y a la vez considerarse que no es un hombre de fe. Esta inconsistencia se resuelve de una sola manera: «Nietzsche es un hombre de fe», por cierto tan ferviente como la fe de un religioso, pero en sentido opuesto. Por extensión, cualquier persona que se manifiesta atea, es una persona de fe (tiene fe en que Dios no existe).
En lo individual, priorizo los saberes por sobre las fes, con la esperanza de llegar a la Verdad por vigor intelectual/espiritual, a través de verdades intermedias progresivas, en lugar de obtenerla como un regalo (que presiento no se encuentra disponible como tal). Acordemos que no es la senda más cómoda, la naturaleza, la esencia de lo que Es, ama ocultarse.
Teniendo en cuenta la distinción entre «problema» y «misterio» realizada por el filósofo existencialista Gabriel Marcel5, podría argüirse que Dios no es un problema a resolver, sino un misterio a indagar. Desde un punto de vista lógico quizás la proposición resulte indecidible, pero al reflexionar intensamente6 acerca de Él tal vez se alcance una especie de verdad que no puede ser verificada mediante procedimientos científicos, pero que es confirmada mientras ilumina la vida de cada uno.
De hecho, de existir ese Ser, sería conveniente, sino necesaria, su manifestación no como una revelación sino como un misterio inabarcable, interminable, que por mucho que se profundice en él no se pueda agotar. Que cuando más uno se sumerja en él, más sorprenda, más se escape. Caso contrario, la revelación de la Verdad absoluta podría ser nuestro fin, al menos bajo el paraguas conceptual de existencia que conocemos actualmente. ¿Qué quedaría de nosotros, de nuestro futuro, de nuestro deseo, luego de la manifestación patente de la Verdad? ¿Cómo seguiríamos? ¿Acaso el acceso repentino al Todo sin una preparación gradual, no conllevaría a la Nada, al Nihilismo?
Por el momento, como aún «no sé» acerca de la (in)existencia de Dios, también prefiero no opinar. O como lo dijo mejor Protágoras de Abdera hace unos 2500 años: «De los dioses no puedo saber ni que son, ni que no son, ni qué aspecto tienen; pues múltiple es lo que me impide saber: no solamente la oscuridad (del ente mismo), sino también el hecho de que la vida del hombre es breve.»
1 Las tres dimensiones espaciales más el tiempo.
2 Como la singularidad al inicio de este universo según la teoría del Big Bang: toda su materia/energía concentrada en un punto infinitesimal.
3 Stephen W. Hawking, Historia del tiempo.
4 En el estado actual del conocimiento científico aún quedan espacios para Dios. El principio de incertidumbre o indeterminación de Heinsenberg es una propiedad fundamental, ineludible, de este mundo, el cual dio por tierra las ideas de Laplace acerca de una fórmula determinística que explique el futuro del universo y todo su contenido, conociendo su estado en un momento dado. ¡Si ni siquiera podemos medir el estado presente del universo en forma precisa! Pero podrían existir un conjunto de leyes que determina completamente los acontecimientos para algún ser sobrenatural, que observase el estado presente del universo sin perturbarlo; un ser que habite más allá de las cuatro dimensiones en las que estamos atrapados los simples mortales.
5 «El problema es algo que se encuentra, que obstaculiza el camino. Se halla enteramente ante mí. En cambio, el misterio es algo en lo que me hallo comprometido, a cuya esencia pertenece, por consiguiente, el no estar enteramente ante mí. Es como si en esta zona la distinción entre en mí y ante mí perdiera su significación» (Marcel, Aproximación al misterio del Ser).
6 Y acaso hacer filosofía no es, en las palabras de Alvin Plantinga, «pensar sobre algo, pero muy fuerte».